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.Aparentemente, haber trabajado en la represa le había proporcionado sólo una parte del conocimiento técnico thetiano.Murshash era uno de los pocos haletitas soportables con los que me crucé y no parecía resentido por su ignorancia, aunque le preocupaba la idea de que no se pudiese efectuar un trabajo adecuado.Se trataba de un profesionalismo que no esperaba encontrar en él, dado que el asunto lo involucraba muy poco y apenas lo afectaría.Razoné que la crisis de alimentos era un asunto importante, pero la presa en sí carecía de importancia estratégica.Era imposible que hubiese algo de valor sumergido en ese abismo.―Todavía nos quedan unas horas ―dijo Sevasteos alzando la mirada al cielo cuando acabamos el recorrido―.Podemos empezar a levantar los andamios en los dos primeros puntos.Biades, llévate a los supervisores y muéstrales lo que han de hacer.Luego reúne a los trabajadores.Ni él ni ninguno de los otros thetianos mencionaban la palabra «penitente» si podían evitarlo, e incluso mostraban su disgusto cuando no podían hacerlo.Quizá suponían que, negando la realidad, ésta se desvanecería, pero agradecí que todos ellos, incluso el áspero Sevasteos, nos tratasen como a seres humanos, en contraste con la mayor parte de los sacerdotes con los que había tratado desde que me habían capturado en el Refugio.A muchos les resultaba difícil considerar del todo humanos incluso a los habitantes libres del Archipiélago.Lo que Sevasteos había denominado «andamios» era apenas un marco de tablones de madera que debía permanecer suspendido sobre las zonas dañadas para hacer el trabajo más sencillo.Había también ligeros postes de caña, y los otros supervisores y yo fuimos encargados de vigilar su ensamblaje en las estructuras que Biades había especificado.Unos pocos soldados nos miraban en la distancia, pero era evidente que habían recibido órdenes de no intervenir.Nos confiaron además sierras y auténticos cuchillos afilados para cortar los postes y la soga que los mantenía unidos.Cuando el sol desapareció tras un irregular pico en el oeste, cubriendo de sombra las cabañas y el terreno circundante, ya casi habíamos acabado ambos juegos de andamios.Pero, a pesar de que Emisto nos felicitó por nuestro trabajo y de que la sopa que nos sirvieron para cenar era considerablemente mejor que la de las trincheras de Ulkhalinan, no dejé de sentirme nervioso.No era por no haberme metido aún en el agua, aunque al acabar la sopa, sentado en una roca con la mirada perdida en las quietas aguas del lago, me sentí más mugriento que nunca por tener el agua tan cérca.No, ésa era tan sólo una incomodidad física.―¿Te gusta estar aquí? ―preguntó Oailos mientras apartaba con la mano unos guijarros para hacer más liso el terreno y sentarse a mi lado.Vespasia estaba junto al fuego, intentando arrancarles un poco más de sopa a los hoscos cocineros.―Es mucho mejor que el canal ―murmuré.―Pero no es el sitio perfecto.¿verdad?Negué con la cabeza.―Hay algo que no cuadra ―dijo Oailos con una mueca―.Otro supervisor me adelantó buena parte de lo que haríamos.Yo era antes albañil y puedo asegurarte una cosa: el asunto no tiene sentido.―¿Nuestro trabajo de reparación?, ¿con el hormigón y las barras de metal?―No hay nada extraño en eso.Lo llamativo es que nos trajeran a todos para unas pocas reparaciones superfluas.¡Por el amor del cielo! ¿Tiene coherencia que el arquitecto imperial trabaje en un proyecto patético como éste? Es ridículo.Ese es el puesto más alto al que puede aspirar un arquitecto, y, con el programa de construcción de fuertes del emperador en pleno desarrollo, resulta aún más intrigante.Eso no se me había pasado por la cabeza y Oailos notó mi sorpresa
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