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.De pronto se dio la vuelta y se encaminó hacia su puerta dando pasitos cortos.—Espere —dijo Yngvar con tranquilidad—.Señora Helleland, somos de la policía.Volvió a girarse bruscamente.—¿Cómo?Después las ágiles manos pasaron por su pelo antes de que sonriera aliviada y añadiera:—Claro.Es por esta horrible historia de Vibeke Heinerback.Horroroso.A Rudolf le ha afectado mucho.Estáis aquí para buscar información, claro.Pero entonces…Ladeaba la cabeza de un lado al otro, breve y rápidamente.Ahora de verdad que parecía un armiño, con la nariz afilada y los ojos vivarachos.—Estamos aquí… —Yngvar se interrumpió—Entonces entremos —decidió la mujer—.Tendré que pedirles que me enseñen su documentación.Un momento, por favor, que voy a buscar la llave.Antes de que a los dos hombres les diera tiempo a decir nada, había desaparecido.—No quiero ni pensarlo —dijo Yngvar.—¿Pensar qué? —dijo Sigmund—.¡Si tiene llave! Y puedes decir lo que quieras, pero esa mujer es bastante sensata.—No quiero ni pensar lo que podemos encontrarnos.Haldis Helleland estaba de vuelta.Le echó un ojo a los documentos de identidad que le mostraban los dos hombres y asintió con la cabeza.—Rudolf arregló su cuarto de baño el otoño pasado —explicó metiendo la llave en la cerradura—.Le ha quedado estupendo.Con los albañiles entrando y saliendo era mejor que yo tuviera un juego de llaves.Nunca se sabe en quién se puede confiar.Y luego me las he ido quedando.¡Ya está!La puerta estaba abierta.Yngvar entró.El recibidor estaba oscuro.Todas las habitaciones del resto de la casa estaban cerradas.Yngvar buscó un interruptor y lo encontró.—El salón es por aquí —dijo la señora Helleland, ahora más mansa.De repente se agarró al brazo de Yngvar y se dirigió al fondo de la entrada.Después se detuvo ante una puerta doble.—¿Sí?—Será mejor —comenzó, y asintió con la cabeza en dirección a Yngvar.Él abrió.Sobre la mesa del comedor había una lámpara de araña.Las cadenas de prismas estaban enredadas.Un trocito solitario de cristal colgaba por fuera del borde de la mesa.Del gancho de la pared del que era evidente que hasta hacía poco había colgado la lámpara, en el centro de una grandiosa roseta de yeso, estaba colgado Rudolf Fjord de un pedazo de cuerda.Tenía la lengua azul y grande.Los ojos abiertos.El cadáver pendía inmóvil.—Ahora se va a ir a su piso y nos espera allí —dijo Yngvar, Haldis Helleland todavía no se había atrevido a entrar en el salón.Sin preguntar, sin intentar siquiera echar una mirada a la habitación, obedeció.La puerta de entrada quedó abierta detrás de ella.Oyeron sus pasos al cruzar el descansillo.Su puerta se cerró.—¡Joder! —dijo Sigmund Berli, y se acercó al muerto.Levantó la pierna del pantalón de Rudolf Fjord y comprobó la piel blanca.—Está completamente frío.—¿Ves alguna carta?Yngvar no se movía.Estaba de pie, completamente quieto, observando el leve vaivén que había iniciado Sigmund.El cadáver giraba increíblemente despacio en torno a su propio eje.Había una silla volcada en el suelo.«Inger Johanne al menos tiene razón en una cosa —pensó Yngvar—.Tiene razón en que este caso sale muy caro.Demasiado caro.Vamos dando tumbos al tuntún.Levantamos un jirón de una vida humana por aquí, tiramos de un hilo por allá.Luego se desgarra.No encontramos lo que estamos buscando.Pero seguimos adelante.Rudolf Fjord no pudo seguir.¿Quién le avisó? ¿Fue Ulrik? ¿Llamó Ulrik para advertir a un viejo cliente, para decir que habían descubierto el secreto? ¿Qué ya no tenía sentido pasearse con mujeres y hacerse el cosmopolita?»—Aquí, por lo menos, no hay ninguna carta —afirmó Sigmund.—Busca mejor.—Pero ya he…—Busca mejor.Y llama a los del turno de guardia.Inmediatamente.—El tono de Yngvar era perentorio.«Rudolf Fjord no mató a Vibeke Heinerback; apenas era capaz de moverse.Estaba cenando con compañeros del partido cuando se cometió el crimen.La coartada se sostenía.Nunca estuvo bajo sospecha.A pesar de todo no lo dejamos tranquilo.Nunca dejamos a nadie tranquilo», pensó Yngvar.—Aquí no hay ninguna carta —dijo Sigmund Berli con irritación—.Ha cogido la soga porque tenía miedo de que lo pilláramos con los pantalones bajados.No es que sea como para presumir, quizá [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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