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.Cuando ya estaba estirándome y poniéndome cómodo, sentí de repente que algo se posaba en mis pies.Pulgas no podían ser, porque la sensación era más bien de algo áspero.Sorprendido, di dos o tres patadas bajo la colcha.Al instante, noté que montones de bichos me trepaban por todo el cuerpo: cinco o seis por las pantorrillas, dos o tres por los muslos, tenía uno —al que aplasté— bajo la espalda, y otro justo en el ombligo.Espantado, me levanté de un salto, y aparté la colcha.Del futón salieron volando cincuenta o sesenta saltamontes.Al principio solamente estaba un poco sorprendido por lo que estaba pasando, pero al ver los saltamontes me enfadé de verdad.«Si pensáis que unos cuantos saltamontes van a lograr asustarme, estáis listos», me dije mientras intentaba aplastar los insectos con la almohada.Aunque les golpeé dos o tres veces con ella, los saltamontes eran tan pequeños que no resultaba una tarea fácil.Entonces me senté en el futón y empecé a perseguirlos, dando manotazos a diestro y siniestro, como cuando le quitas el polvo al tatami.Pero lo único que conseguí fue que los saltamontes comenzaran a brincar más alto, y a posárseme en los hombros y en la cabeza.Hubo uno incluso que se me acabó posando en la punta de la nariz.Había saltamontes por todas partes.Como no quería quitármelos golpeándome la cabeza, opté por atraparlos uno a uno, y luego arrojarlos lo más lejos posible.Pero en vez de desaparecer se quedaban prendidos al mosquitero, que oscilaba ligeramente cada vez que uno aterrizaba allí.Parecía que no había forma de acabar con ellos, pero al cabo de treinta minutos, logré dar buena cuenta de todos.Entonces agarré una escoba y me puse a recogerlos.En ese instante entró el bedel y me preguntó qué pasaba.—¿Que qué ha pasado? —exploté—.¿Acaso conoces algún lugar en el que la gente guarde saltamontes en la cama? —El muy necio…—Nunca había oído nada igual —me respondió disculpándose.—¡¿Eso es todo lo que sabes decir?! —exclamé mientras tiraba la escoba al pasillo.El bedel recogió la escoba y los saltamontes muertos mientras se deshacía en excusas, y luego desapareció por el pasillo.Acto seguido decidí convocar en mi dormitorio a tres de los estudiantes internos como representantes del grupo.En vez de tres, vinieron seis.Tres o seis, qué más daba.Todavía en pijama, me remangué el kimono y comencé el interrogatorio.—¿Por qué habéis puesto esos saltamontes en mi cama?—¿A qué se refiere usted con saltamontes? —respondió el que tenía frente a mí.¡Aquello era demasiado! No era sólo el director el que hablaba dando rodeos.También los estudiantes lo hacían.—¿Queréis decirme que no sabéis qué es un saltamontes? ¿Qué es esto entonces? —les increpé señalando al suelo.Pero desgraciadamente, el bedel se había llevado todos los saltamontes que yo había barrido, y no quedaba ni uno solo en el suelo.Llamé al bedel y le pedí que trajera los saltamontes de nuevo a la habitación.—Ya los he tirado a la basura.¿Quiere que los saque de allí?—Sí —le dije—.Ahora mismo.—Y entonces el bedel abandonó a toda velocidad la habitación.Tras unos minutos apareció con una docena de saltamontes envueltos en un papel.—Lo siento, pero como es de noche no se ve bien, y esto es todo lo que he podido encontrar.Mañana le traeré más.Al oírlo, noté cómo la sangre se me subía a la cabeza.Cogí uno de los insectos, lo puse delante de las narices de los estudiantes, y exclamé:—¡Esto es un saltamontes! Decidme ahora que no sabéis de qué estoy hablando.—No —dijo uno con la cara redonda que estaba a la izquierda—.Eso es una langosta, ¿verdad que sí?Era un descarado, pero no supe qué decir.—¡Esto es absurdo! Saltamontes, langostas, ¡qué más da! ¿Y quiénes creéis que sois para usar ese estúpido ¿verdad que sí?, cada vez que os dirigís a un profesor? ¿Es que no os basta con un no? ¡Habláis como niños! —Pensé que esto los haría callar, pero enseguida me respondieron:—Pero ¿verdad que sí? y ¿no? no son la misma cosa, ¿verdad que no?¡Era inútil, no había forma de que dejaran de torturarme con aquel ¿verdad que sí? o ¿verdad que no? cada vez que abrían la boca!—Langostas o saltamontes, lo que sea, ¿por qué los pusisteis en mi cama? ¿Os pedí que lo hicierais?—Nadie los puso allí.—¡Ya! ¿Y cómo llegaron hasta mi cama entonces? Alguna explicación habrá.—A las langostas les gustan los sitios calientes, y se habrán metido allí por sí solas.—¡Qué tontería! Cómo se van a meter las langostas en la cama por sí solas… ¿Esperáis que me lo crea? Vamos, decidme por qué lo habéis hecho.—Nosotros no hemos sido, ¿cómo vamos a saberlo?¡Panda de bellacos! Si no tenían el valor de hacerse responsables de sus propias acciones, más les valdría no haberlo hecho.Seguramente pensaban que mientras no hubiera ninguna prueba en su contra, lo mejor era hacerse el tonto.De pequeño, en la escuela secundaria, yo mismo había protagonizado algunas barrabasadas, pero si me preguntaban si lo había hecho yo, siempre decía la verdad, nunca intentaba eludir mi responsabilidad.Si había sido yo, había sido yo, no había nada más que discutir.Para mí se trataba de una especie de código de honor, independientemente de lo que hubiera hecho.Si lo que se busca es eludir el castigo, pues bien, en ese caso lo mejor es no hacer la travesura, eso para empezar.Travesura y castigo van de la mano; es la posibilidad del castigo lo que hace que la travesura sea emocionante.¿De verdad pensaban estos mocosos que existe un lugar en el que puedes hacer algo malo y pedir inmunidad después? Estos chicos se comportaban como la gente que te pide dinero y luego no te lo devuelve nunca.Se pasaban el tiempo en la escuela gastando bromas pesadas y mintiendo, pero seguro que al acabar y recibir un título se paseaban por el mundo haciendo creer a los demás que habían recibido una educación.¡Qué grupo de farsantes!El solo hecho de tener que discutir con semejante panda de granujas hizo que me sintiera asqueado, así que les dije:—Si no queréis contarme la verdad, no lo hagáis.Si a pesar de estar ya en el instituto no sabéis distinguir la sinceridad y la farsa, no vale la pena hablar con vosotros.Os podéis marchar.Es posible que a veces descuidara mi aspecto o la forma de expresarme, pero estaba seguro de que mi corazón era más noble que el de esos sinvergüenzas.Sé cuando he hecho algo malo y lo acepto.Estos caraduras, en cambio, se retiraron con total calma y aparentando dignidad, como si fueran ellos los profesores agraviados, y no yo
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