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.¿Sigues aquí?Expulsé el aire que había retenido en los pulmones y me puse en pie, al tiempo que me guardaba la linterna en el bolsillo trasero.Esta no es forma de ganarse la vida, pensé.Hostia, es que ni siquiera me iban a pagar por aquello.Saqué la cabeza por la portezuela de la ducha para cerciorarme de que no era una trampa.En la casa no había absolutamente nadie, salvo Moza, que en aquel momento abría el armario de los cacharros de la limpieza, sin dejar de murmurar "¿Kinsey?".—Estoy aquí —dije en voz alta.Salí al pasillo.Moza estaba tan emocionada porque no me habían descubierto que fue incapaz de enfadarse conmigo.Se apoyó en la pared y se abanicó con la mano.Pensé que lo mejor era marcharme de la casa cuanto antes, no fuera que volviesen con cualquier pretexto y me quitaran otros diez años de mi esperanza de vida.—Es usted fabulosa —murmuré—.Toda la vida estaré en deuda con usted.Recuérdeme que la invite a cenar en el bar de Rosie.Entré en la cocina y asomé la cabeza por la puerta trasera antes de salir.Ya era noche cerrada, pero antes de abandonar el oscuro refugio de la casa de Moza me aseguré de que la calle estaba desierta.Volví andando a casa, riéndome por dentro.En realidad tiene gracia esto de jugar con el peligro.Me divierte meter las narices en los cajones de los demás.Si el cumplimiento de la ley no me hubiese tentado primero, creo que me habría dedicado a desvalijar pisos.En lo tocante a Lila, comenzaba por fin a controlar una situación que no me gustaba ni un pelo, y el saberme con un poco de poder en la mano casi me producía vértigo.No sabía muy bien qué buscaba aquella mujer, pero estaba decidida a averiguarlo.Ya en casa y a salvo, saqué el talón de compra con tarjeta de crédito que había cogido de la caja de zapatos de Lila.La compra en cuestión se había hecho el 25 de mayo en un establecimiento de Las Cruces.El nombre del propietario de la tarjeta, que había quedado impreso en el talón, era "Delia Sims".En la casilla del "teléfono" se había garabateado un número.Cogí la guía y busqué el prefijo de Las Cruces.Cinco, cero, cinco.Fui al teléfono y marqué el número, y mientras oía a lo lejos las señales de la llamada me pregunté qué diantres diría cuando descolgaran.—Diga.—Voz de hombre.Cuarentón.Sin inflexiones.—Sí, ¿oiga? —dije con afabilidad—.Quisiera hablar con Delia Sims.Unos momentos de silencio.—Espere, por favor.Supuse que habían puesto la mano en el auricular porque al fondo oí el murmullo apagado de una conversación.Entonces se puso al habla otra persona.—Dígame.Era una mujer, pero no supe adivinar la edad.—¿Delia? —dije.—¿Quién llama, por favor? —La voz estaba en guardia, como si pudiera tratarse de una llamada obscena.—Oh, disculpe —dije—.Soy Lucy Stansbury.No es usted Delia, ¿verdad? No me suena su voz.—Soy una amiga de Delia.Ella no está en este momento.¿Quería algo?—Bueno, tal vez —dije con el cerebro a doscientos por hora—.Llamo desde California.He conocido a Delia hace poco y el caso es que se olvidó un par de cosas en el asiento trasero de mi coche.La única forma de ponerme en contacto con ella era este número de teléfono, que vi en la factura de una compra que efectuó en Las Cruces.¿Sigue en California o ha vuelto ya a casa?—Un momento, por favor.Otra vez la mano en el auricular y el murmullo de una conversación al fondo.Volvió a ponerse la mujer.—¿Por qué no me dice su nombre y su teléfono para que la llame ella cuando vuelva?—Sí, desde luego —dije.Le repetí el nombre, que le deletreé minuciosamente, y me inventé un número con prefijo de Los Ángeles—.¿Quiere que le envíe las cosas por correo o espero hasta que me llame? Me sabe mal porque a lo mejor no sabe dónde se las dejó.—¿Qué es lo que se dejó exactamente?—Ropa sobre todo.Un vestido de verano que sé que le gusta, aunque no creo que tenga mucha importancia.También tengo el anillo, el de esmeraldas y diamantes —dije, describiéndole el anillo que había visto en el dedo de Lila aquella primera tarde, en el jardín de Henry—.¿Cree que tardará en volver?Tras titubear abiertamente, la mujer replicó con sequedad:—Pero ¿quién es usted?Colgué.Toma, me dije, por querer engañar a los de Las Cruces.Era incapaz de adivinar las intenciones de aquella mujer, pero no me gustaba nada el negocio inmobiliario que había propuesto a Henry.Este estaba tan colado por Lila que ella podía convencerle sin duda de cualquier cosa.Y como la condenada se movía aprisa además, me dije que era urgente obtener unas cuantas respuestas antes de que le sacara a Henry todo lo que tenía
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