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.La velada resultó muy agradable y prolongada, y Mansson le propuso desde el principio no pasársela dándole vueltas al asunto Palmgren, ya que hasta el momento había tan poca cosa concreta de que hablar.Había sido sin duda una buena proposición, ya que a ambos les estaba haciendo falta una cena en paz y tranquilidad, redondeada por un plácido sueño.Se trataba simplemente de sentirse libres unas horas para reunir fuerzas y poder continuar la investigación.El material sobre el que trabajar era más bien escaso, y ambos consideraban el caso muy complicado y temían que terminara archivado por falta de pruebas contundentes.Martin Beck apartó las sábanas y se levantó, enrolló la cortina y miró satisfecho por la ventana.Lucía un sol intenso y hacía calor.Detrás del magnífico edificio de Correos, construido por Ferdinand Broberg en 1906, distinguió el estrecho de Sund, azul y reluciente a pesar de la contaminación de las aguas, y la silueta de un barco blanco y brillante.Vio también el transbordador de trenes Malmöhus, que en aquel momento viraba ampliamente a la salida del puerto para enfilar su rumbo; era un hermoso barco construido en 1945 al estilo antiguo, en los astilleros Kockums.«Cuando los barcos parecían barcos», pensó Martin Beck.Se quitó el pijama y entró en el baño.Estaba debajo de la ducha cuando oyó el teléfono, que sonó varias veces.Logró cerrar el grifo del agua fría, se envolvió en una toalla, llegó de puntillas a la mesita de noche y descolgó el aparato.—Sí, soy Beck.—Aquí Malm, ¿qué tal?«¿Qué tal? La eterna pregunta.» Martin Beck arrugó la frente y dijo:—Es difícil de decir en este momento.La investigación no ha hecho más que empezar.—Te he buscado en jefatura, pero sólo he podido hablar con ese tal Skacke —explicó en tono quejumbroso.—¡Vaya!—¿Estabas durmiendo?El tono de voz era de sorpresa e insinuación al mismo tiempo.—No —contestó Martin Beck sinceramente—.No dormía.—Tienes que coger al asesino a toda castaña.—¡Ajá!—Lo tengo muy difícil; ha estado aquí el jefe e incluso el ministro, y ahora también preguntan los del Ministerio de Asuntos Exteriores.La voz de Malm era aguda y nerviosa, pero eso era normal en él.—Por eso ha de ir todo deprisa, a toda castaña, ya te lo he dicho.—¿Y cómo hemos de hacerlo? —preguntó Martin Beck.El intendente Malm no respondió a esta pregunta, lo que no podía extrañar, dado que sus conocimientos sobre el trabajo policial concreto eran prácticamente nulos.Tampoco era lo que se diría un administrador modélico.En vez de responder, indagó:—Esta conversación ¿pasa por la centralita del hotel?—Supongo.—Entonces llama desde otro teléfono y marca el número de mi casa, ¡deprisa!—Yo creo que puedes hablar sin miedo —le tranquilizó Martin Beck—, En este país la única que tiene tiempo para escuchar las conversaciones de los demás es la policía.—No, no, no puede ser.Lo que tengo que decir es altamente confidencial y muy importante.Y este caso tiene absoluta prioridad.—¿Por qué?—Esto es precisamente lo que tengo que decirte, pero me has de llamar por una línea directa.Vete a jefatura o algo así, pero date prisa.¡Sólo Dios sabe lo que daría por no tener esta responsabilidad sobre mis espaldas!«¡Gilipollas!», dijo Martin Beck para sí.—No oigo, ¿qué has dicho?—Nada, nada; te llamaré en seguida.Colgó, se secó y se vistió a toda prisa.Pasado un tiempo prudencial descolgó, pidió línea y marcó el número de la casa de Malm en Estocolmo.El intendente debía de estar pegado al teléfono, porque ni siquiera dio tiempo a que terminara de sonar la primera señal.—Sí, aquí el intendente de homicidios Malm.—Aquí Beck.—¡Por fin! Escucha atentamente: te voy a dar una serie de informaciones sobre Palmgren y sus actividades.—¡Más vale tarde que nunca!—No es culpa mía; a mí me llegaron los informes ayer.Calló.Lo único que se oía era un crujido nervioso.—Bien… —dijo Martin Beck por fin.—Éste no es un asesinato normal —informó Malm.—No hay asesinatos normales.La respuesta pareció confundirle.Tras reflexionar unos segundos, dijo:—No, claro; eso es verdad, en cierto modo.Yo no tengo la misma experiencia que tú en el trabajo de campo…«No me lo jures…», pensó Martin Beck.—…ya que me he tenido que ocupar principalmente de los grandes problemas administrativos.—¿A qué se dedicaba ese Palmgren? —le cortó Martin Beck con impaciencia.—Tenía negocios, grandes negocios.Como sabes, hay una serie de países con los que tenemos unas relaciones un tanto delicadas.—¿Como por ejemplo…?—Rhodesia, Sudáfrica, Biafra, Nigeria, Angola, Mozambique, por citar algunos.A nuestro gobierno le resulta difícil mantener contactos normales con estos Estados.—Angola y Mozambique no son Estados —corrigió Martin Beck.—¡No me fastidies con detalles ahora! Palmgren hacía negocios con esos países, entre otros muchos.Gran parte de su actividad radicaba en Portugal, y a pesar de que oficialmente tenía su cuartel general en Malmö, se sospecha que sus transacciones más sustanciosas se realizaban en Lisboa.—¿Qué vendía Palmgren?—Armas, entre otras cosas.—¿Entre otras cosas?—Sí; es que estaba metido en casi todo.Por ejemplo, tenía una empresa inmobiliaria y posee un montón de casas en Estocolmo
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